A medida que se dan los eventos del primer libro del Pentateuco, se llega a apreciar la constancia de Dios, frente a la obstinación de la voluntad humana. El libro de Génesis se encuentra revestido de éxodos y desafíos, romances y traiciones, relatos que demuestran el ingenio del hombre, tanto para su bien, como para su propia destrucción. La causa de muchos problemas en la humanidad ha sido el veneno del favoritismo, claramente representado en el relato de Jacob y Raquel.
En el pozo de Harán, se encuentra al protagonista, Jacob, reposando junto a una tropa de pastores y sus rebaños. Se sabe que el protagonista había desertado la tierra de su padre a causa de la ira de su hermano, Esaú, y ha realizado el viaje a la tierra de Harán, dominio de Labán. Al ver a Raquel, hija de Labán, Jacob queda cautivado por su belleza y no duda en acercarse para ayudar a sacar agua para los rebaños de su futuro suegro. Impresionada por la amabilidad y fuerza del extranjero, Raquel informa a su padre acerca del acontecimiento. Y he aquí nacen los cimientos de un futuro amor.
Jacob es invitado para hospedarse con Labán y su familia. Comienzan a conversar juntos, Jacob y Labán, y llegan a un acuerdo: Jacob trabajará para Labán por siete años bajo la condición de tener a Raquel por esposa. El trato se ha sellado. Tras siete años de labor, Raquel es entregada en brazos de Jacob para unirse en matrimonio. Y vaya sorpresa que se lleva el protagonista al darse cuenta de que su desposada no ha sido su amada Raquel, sino su hermana mayor: Lía.
Ante este engaño, reprocha Jacob a su suegro, el cual ofrece una compensación: Entregar a Raquel después de siete años adicionales de trabajo. Jacob nuevamente cumple su función y llega a unirse con Raquel, habiéndose cumplido el plazo. Lo curioso es que, dadas las nupcialidades, se revela un claro caso de favoritismo: Jacob ama más a Raquel que a Lía. En contraste, Dios bendice a Lía con cuatro hijos, mientras Raquel permanece estéril. Y estos cuatro hijos serían cabezas de tribus israelitas: Rubén, Simeón, Leví y Judá.
Comenta San Juan Crisóstomo que el tratado entre Jacob y Labán tuvo un significado mucho más profundo que el que aparenta presentar el texto: Jacob estaba dispuesto a trabajar por amor antes que por dinero o propiedades, cosa rara de escucharse dentro del contexto semítico masculino. También resalta la sencillez y humildad con la cual se llevaban a cabo las bodas dentro del contexto hebraico, el cual dejaba a un lado la vanidad de los tamborines, címbalos y flautas.
Crisóstomo termina su comentario del capítulo con lo siguiente[1]:
"Observa la sabiduría creativa de Dios. Mientras que una mujer, por su belleza, atrajo el favor de su esposo, la otra parecía ser rechazada porque le faltaba. Sin embargo, fue a esta última a quien Dios despertó para el parto, mientras dejaba inactiva la matriz de la otra. Así, Dios trató con cada una con su amor característico para que una pudiera encontrar consuelo en lo que nacía de ella, y la otra no triunfara sobre su hermana en cuanto a encanto y belleza".
[1] Génesis 29. San Juan Crisóstomo, Homilías del Génesis: https://catenabible.com/gn/29